Hay una derivación interesante de la literatura portuguesa que es la escrita en Angola o por escritores nacidos allí. Lobo Antunes también tiene conexiones con Angola, donde trabajó como médico militar. Pero fue sobre todo José Eduardo Agualusa quien puso en el mapa la ficción del país con el premio (Independent)concedido a la edición inglesa de su Book of chamaleons, que aquí publicó Destino con el título de El vendedor de pasados. Una largatija (geco) se recuerda como hombre en una reencarnación anterior y narra la historia de Félix Ventura, un tipo que se dedicaba a fabricar pasados a sus clientes. Con un tono de resonancias culturales, el libro es una delicia literaria, más próxima a Brasil que a Portugal por la graciosa forma de entrelazar historias y revelar lo irónico y lo ridículo en la arquitectura de las vidas. Y he aquí otro regalo de Angola, especial por otros motivos. Si lo original en literatura se mide, entre otras cosas, por el uso de una lengua “propia”, Luuanda consigue dar vida, desde el trono humilde de una lengua del pueblo, a un mundo rico y poderoso en su simple humanidad. Esa lengua es el portugués de Angola mezclado con el quimbundo, lengua bantú de Luanda. Su autor, José Luandino Vieira, alias de José Mateus Vieira de Graça (Lisboa, 1935), pasó diez años en prisión. También obtuvo premios y por cierto rechazó uno y su dotación económica, que no le hubiera ido nada mal. Es, desde luego, un escritor comprometido políticamente y que ha sufrido por ello, aunque no se le nota en la manera de escribir, ni siquiera
pretende estamparnos un mensaje. Su compromiso es con su tradición literaria y con su lengua, y con la verdad de lo que conoce y ha vivido. En apariencia, este libro formado por tres relatos, parece algo costumbrista e ingenuo. Sus títulos podrían indicarlo: “La abuela Xíxi”, “La historia de la gallina y el huevo”. Nada más lejos de la realidad de lo escrito: son historias llenas de vida y profundidad, repletas de comprensión y compasión. La ironía sólo es aquí una consecuencia del devenir de los personajes, de su necesidad y sus cotidianas frustraciones. Les observamos y “oímos” sus diálogos con embeleso, limpiamente, sin filtros metaliterarios. Hay una épica preciosa y precisa en sus olvidados destinos. Si Agualusa es hasta cierto punto el cronista de los nuevos ricos, Luandino Vieira lo es de los desheredados, del submundo de Luanda. Sus personajes son clásicos y a la vez únicos: la abuela Xixí y su zascandil nieto Zeca Santos, que no puede ni quiere conseguir un trabajo por mucha hambre que le salte en las tripas; los compadres Dosreis y Garrido Kam’tuta en “La historia de la gallina y el huevo”, para no hablar del malévolo erotismo trasmitido a un viejo papagayo por la chica que el ladrón Garrido, un tullido, ama; las proverbiales vecinas de “La historia de la gallina y el huevo”, que consultan a todo el mundo acerca de la propiedad del huevo que ha puesto una gallina. Son historias que tratan también de la propia sustancia de lo narrado, su complejidad, su desnuda sencillez. ¿Dónde empieza una historia, cuál es su auténtico inicio?
Como dice el narrador del segundo relato, “Todo lo que pasa en la vida no se puede saber desde el principio”. Son historias que transcurren entre barro y calor, en las condiciones más precarias de los musseques, barrios de Luanda donde vive una humanidad desprovista de casi todo en sus precarios cubatas. ¿Dónde empieza la realidad y dónde la imaginación? Lo importante, advierte Vieira al final es que todo “es verdad, aunque los hechos nunca hayan pasado”.
Por José Luís de Juan.